Una de las óperas menos conocidas del autor italiano, que llega en una puesta en escena del gran tenor Rolando Villazón desde la Ópera Alemana de Berlín.
La rondine [La golondrina], ópera en tres actos de Giacomo Puccini (1858-1924) con libreto en italiano de Giuseppe Adami, que a su vez se basó en un libreto previo, titulado Die Schwalbe, de Alfred Maria Willner y Heinz Reichert. Tuvo su estreno en el Théâtre de l’Opéra –también conocido como Théâtre du Casino– de Montecarlo, el 27 de marzo de 1917. Cuando Puccini, en 1913, empieza a escribir esta ópera, la voz que corrió entre los asiduos al teatro lírico de que estaba escribiendo una opereta. Actualmente, que se distingue muy claramente entre ambos géneros, tendiendo a menospreciar o considerar a la opereta como menor, la cosa se vería de otra manera, pero por aquel entonces el público no debió levantar mucho la ceja, ya que no existía una diferencia al menos negativa hacia este género o entre lo que podía considerarse como una representación «seria, elevada y culta» y otra simplemente de «entretenimiento». Aunque La rondine originalmente fue pensada como una opereta, terminó siendo una ópera, con lo que para muchos marcó el inicio de un híbrido singular entre aquel género y el de la ópera lírica, lo que hace de ella una pieza bastante particular.
La Rondine ha sido etiquetada como mordaz e injustamente como «La traviata de los pobres», y en realidad una leve lectura del argumento revela su deuda con esta obra de Verdi, e incluso con la célebre El murciélago de Johann Strauss II. Esta ópera ha sido injustamente subestimada y considerada siempre entre las obras menos logradas y convincentes de Puccini, junto a las tempranas Edgar y Le Villi. En Italia, Puccini ofreció la obra a su editor Tito Ricordi quien rechazó comprarla, de manera que fue el rival de Ricordi, Lorenzo Sonzogno, el que obtuvo el derecho de dar la primera representación fuera de Italia y trasladó el estreno al territorio neutral monegasco. En el estreno en Montecarlo en 1917 la recepción inicial por el público y la prensa fue cálido. Sin embargo, a pesar del valor artístico de la partitura, La rondine ha sido una de las obras menos exitosas de Puccini. No hay una versión definitiva de ella, pues Puccini quedó insatisfecho –algo habitual– con el resultado de su obra y la revisó muchas veces, hasta el punto de hacer tres versiones [1917, 1920 y 1921] con dos finales completamente diferentes, aunque murió antes de decidir cuál iba a ser el definitivo. La segunda versión se estrenó en el Teatro Massimo de Palermo en 1920, mientras que la tercera no se vio hasta el año 1994 en Turín, dado que un incendio en los archivos de Casa Sonzogno, causado por el bombardeo aliado durante la guerra, destruyó partes de la partitura que tuvo que ser restaurada basándose en los arreglos para piano y voz que sobrevivieron. La orquestación de la tercera versión fue finalmente terminada en auténtico estilo pucciniano por el compositor italiano Lorenzo Ferrero a petición del Teatro Regio de Turín y posteriormente interpretada allí el 22 de marzo de 1994. Esta ópera se representa poco, apareciendo en las estadísticas de Operabase como la n.º 116 entre 2005-2010, siendo la 42.ª en Italia y la 10.ª de Puccini.
Villazón actualiza la historia original que transcurre a finales del siglo XIX, llevándola a los años veinte del pasado siglo, en ese París alocado y cabaretero, y agregando incluso ciertos toques de surrealismo. Un trío de hombres sin rostro, más parecidos a maniquíes sin facciones que a seres humanos, acompañan a Magda durante los tres actos, recordando a los personajes de las pinturas metafísicas y surrealistas de Giorgio De Chirico. Johannes Lelacker se mueve entre lo imaginario y lo real en el desarrollo de su escenografía, con un retrato gigante en estilo renacentista de una venus desnuda como fondo, para dejar después solo su enorme silueta sobre un mar de nubes, algo que recuerda a las pinturas de René Magritte.
Sinopsis:
La rondine, Giacomo Puccini, llega en esta producción dirigida escénica por el tenor mexicano Rolando Villazón, con las voces solistas de Dinara Alieva, Charles Castrono, Alexandra Hutton y Álvaro Zambrano, con la batuta de Roberto Rizzi.